Para entender mejor por qué una moneda que no existe más allá de su forma digital tiene un impacto medioambiental real, vamos a ir al origen del asunto y cómo se crean y qué recursos reales requieres para su nacimiento y huella digital.

Impacto medioambiental del Bitcoin

Todos los estudios realizados hasta ahora apuntan a que la minería informática necesaria para crear Bitcoins genera un descomunal consumo de electricidad, que se traduce en la emisión de cientos de millones de toneladas de gases de efecto invernadero (GEI).

Solo las operaciones de bitcoin en China (principal lugar de granjas de minado junto a Kazajistán) producirán 130 millones de toneladas de GEI en 2024, más que las que genera en un año toda la economía de la República Checa.

Si el Bitcoin fuera un país, estaría entre los 30 que más energía consumen del mundo, gastando más electricidad al año que países enteros Ucrania, Noruega, Egipto, Polonia, Finlandia, Suiza o Argentina, según un análisis del Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge. La estimación es de 140,25 terawatios-hora al año. En Islandia, por ejemplo, la electricidad que demandan las minas de Bitcoins está ya a punto de superar el consumo de todos los hogares de la isla.

La producción de Bitcoins requiere el funcionamiento de cientos de miles de megaordenadores con un hardware carísimo operando sin cesar, a pleno rendimiento, lo que supone un enorme gasto energético.

Y es que la minería de esta criptomoneda se basa en la verificación constante de las transacciones mediante complicadísimos cálculos matemáticos, procesar una serie de transacciones e ir sellando los bloques, obteniendo criptomonedas como recompensa por esos sellados.

Un informe de Morgan Stanley publicado en 2017 ya detallaba que por cada moneda digital que se crea, se consume, por término medio, lo mismo que un hogar estadounidense durante dos años. Otro reciente estudio de los economistas Alex de Vries y Christian Stoll, del banco central holandés y del MIT en 2020 estimó en 112,5 millones de transacciones de Bitcoin en ese mismo año y cada una de ellas produjo 272 g de residuos electrónicos. El Bitcoin, en total, generaría 30,7 kilotoneladas de residuos de forma anual.

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El sistema financiero de toda la vida también genera desechos en forma de cajeros, ordenadores, tarjetas de crédito y otros dispositivos que se usan de forma cotidiana. En comparación con otras industrias, la red Bitcoin emite 41 toneladas métricas de dióxido de carbono. Esto es menor que la industria del oro, el sistema bancario global o la industria de la aviación.

Elon Musk, criptoecologismo de ida y vuelta

La figura de Elon Musk es el ejemplo perfecto de lo que puede ser un efecto mariposa a nivel de criptodivisas. El año pasado, el tema de la contaminación volvió al debate luego que el multimillonario, a través de su empresa de automóviles eléctricos Tesla, reportó la compra de 1.500 millones de dólares en Bitcoin, disparando el precio de la criptodivisa y aumentando las críticas por la contaminación que genera. Posteriormente, incluso permitió el pago de estos coches usando Bitcoins.

Solamente 50 días después, hizo un «donde dije digo, digo Diego» y revocó su decisión (el precio de la criptomoneda cayó un 12% en apenas unas horas), justificada por el uso cada vez mayor de combustibles fósiles, especialmente el carbón, para el minado y las transacciones con Bitcoins.

Musk quiso así acabar con la paradoja que supone vender coches eléctricos para evitar emisiones de carbono y, a la vez, permitir como medio de pago un método altamente contaminante como el Bitcoin.

 

Fuente: adslzone